el aloe sinensis, el aloe arborescens, el áloe del Natal, el aloe ferox con púas aceradas. Algunos adeptos entusiastas consideran el áloe como una verdadera panacea.
Esta planta se encuentra en estado natural en la mayoría de regiones tropicales o sub-tropicales. Algunas especies son utilizadas en cordelería y suministraron, hasta la aparición de las fibras sintéticas, una materia prima natural imputrescible utilizada en la fabricación de los cordajes marinos.
Hoy día se siguen utilizando, en ciertos lugares del mundo, para hacer esteras y tejidos muy resistentes.
El aloe ferox y el aloe saponaria son muy apreciados por los japoneses. El aloe arborescens es el áloe más estudiado por los investigadores rusos (ver más adelante). El aloe excelsa de Zimbabwe, del tipo arborescente, puede alcanzar más de diez metros de altura.
Pero es esencialmente la pulpa contenida dentro de las largas hojas carnosas adornadas con púas del aloe barbadensis, o aloe vera de Linneo (ver página 6), que se utiliza para cuidados de belleza y para curar múltiples enfermedades.
El fulgurante desarrollo de su uso paramedical, al que asistimos hoy día, ¿ es un fenómeno efímero o bien corresponde realmente a cualidades verdaderas y reconocidas ? Al estudiar su historia hemos de reconocer sin embargo que, tras su apariencia enigmática, esta planta disimula virtudes de increíble riqueza que está dispuesta a compartir con nosotros.
Un pequeño experimento
Para daros cuenta de la sorprendente capacidad del áloe para sobrevivir es interesante hacer el siguiente pequeño experimento : Cortad con un cuchillo una hoja fresca de aloe vera en la misma planta y os daréis cuenta de la rapidez con que ésta se cura por sí misma. Primero veréis aparecer en el 8
Aloe vera la planta que cura
lugar del corte un rezumo que se convierte en una nueva piel en pocos minutos y que cicatriza la herida de forma natural. Volved a realizar la experiencia con una hoja cortada recientemente, y luego con una hoja cortada conservada en frío (2 o 3 grados) durante 10 días. Observaréis que la hoja tiene la misma sorprendente capacidad de regeneración.
Un áloe arrancado y abandonado al calor resistirá durante meses y sus facultades vitales permanecerán intactas.
Un uso universal
La reputación adquirida por el áloe en los 5 continentes no parece usurpada. Así como en Europa nos contentamos durante mucho tiempo en utilizarla como planta amarga*, laxante* o vermífugo, bajo la forma de extracto seco y molido ya que no se sabía conservar el gel fresco y activo de su mucílago*, actualmente está comprobado que este gel extraído de la pulpa*, de sus hojas cura muchos males cotidianos de la vida doméstica (picaduras de insectos, quemaduras, cortes, trastornos digestivos, eczema). Es también un cicatrizante excelente, y nos ofrece, en forma de jugo, un asombroso complemento alimenticio tónico* y vivificante.
Desde hace tiempo algunos atletas lo utilizan para prevenir y curar esguinces, torceduras, tendinitis y otros accidentes.
Otros deportistas lo absorben discretamente como estimulante natural, sin correr ningún riesgo en los controles anti-doping. Las mujeres lo usan como mascarillas de belleza, cremas rejuvenecedoras, champúes o lociones* capilares.
Algunos dicen que no hay nada mejor en cuanto a tratamiento de fondo de la hepatitis, el asma, la lepra y las enfermedades de
la piel. Es pues la planta de “primeros auxilios” por excelencia.
El áloe figura también en vasos pintados egipcios de la época arcaica. El “Libro egipcio de los remedios” del famoso papiro Ebers (siglo XV a. J.C.) menciona igualmente el áloe en fórmulas de curación que remontan quizá al tercer milenario antes de nuestra era.
Para los hindúes el áloe figura como una de las mejores plantas secretas del Atharvaveda (2), que lo apoda “el curandero silencioso”. En la Biblia encontramos su rastro en varios Libros sagrados: (Números, Cantar de los Cantares, Evangelios).
En el Nuevo Testamento nos quedaremos con este pasaje del Evangelio según San Juan : “Llegó también Nicodemo, aquel que anteriormente había estado con él por la noche, con unas cien libras de una mezcla de mirra y de áloe. Se llevaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en lienzos con aromas, como acostumbraban a sepultar a los judíos”. 11
(2) Atharvaveda: uno de los 4 “Veda” (en sánscrito: conocimiento), textos fundamentales del hinduismo, que contiene fórmulas y conjuras. Está compuesto por 731 himnos que tienen alrededor de 6000 estrofas: plegarias expiatorias, conjuras mágicos, encantamientos, plantas o preparaciones secretas destinados a curar todo tipo de enfermedades. Completado por el Ayurveda (Veda de la vida), la ciencia hindú de la medicina.
En los tiempos de las persecuciones, los romanos obligaban a los cristianos a quemar incienso en sus templos como ofrenda a sus dioses. Para substraerse de esta obligación que les horrorizaba, algunas comunidades cristianas de la Iglesia primitiva (Edesa) reemplazaban el incienso oficial extraído de a aquilaria agalochus (madera del áloe) por “incienso sagrado” fabricado con áloe bíblico mezclado con mirra y benjuí (3)
Antiguo Egipto
Para los antiguos egipcios el áloe tenía la reputación de conservar la belleza y el esplendor de las mujeres. Los faraones lo consideraban un elixir de larga vida. La tradición quería que fuese llevado durante las ceremonias funerarias un plantel de áloe, símbolo del renacimiento de la vida, como regalo.
Plantado alrededor de las pirámides y a lo largo de los caminos que llegaban al Valle de los Reyes, el áloe acompañaba al faraón en su tránsito hacia el más allá, con el fin de cuidarlo y alimentarlo durante su viaje. Cuando florecía era señal de que el difunto había alcanzado felizmente la “otra orilla”.Por otra parte los sacerdotes asociaban la planta a sus ritos funerarios y la incorporaban a la composición de la fórmula del embalsamamiento, bajo el nombre de “planta de la inmortalidad”.
Pero el áloe también poseía, según los antiguos, virtudes cosméticas. Se dice que el brillo de los ojos de Cleopatra era sobre todo debido a un colirio hecho a base de áloe, confeccionado por una de sus esclavas númidas, y que la belleza de la piel y de la tez de Nefertitis surgía de sus baños de leche de burra y de pulpa de áloe.
Grecia y Roma
Para los griegos el áloe era símbolo de belleza, paciencia, fortuna y salud. En uno de sus tratados, Hipócrates describe algunas propiedades curativas del áloe : crecimiento del cabello, curación de tumores, alivio de disenterías y dolores de estómago. Se dice que hacia el año 330 a. J.C., Alejandro Magno, herido en el asedio de Gaza (Palestina) por una flecha enemiga, vio como se infectaba su llaga durante el avance conquistador a través de Egipto y del desierto de Libia.
Proclamado hijo de Zeus en el oasis de Amon, un sacerdote enviado por el célebre Aristóteles (su preceptor y mentor), lo untó con un aceite hecho a base de áloe que provenía de la isla de Socotra y que le curó la herida. Parece ser que fue también bajo el estímulo de Aristóteles que Alejandro Magno emprendió una expedición naval para apoderarse de la isla de Socotra y de sus plantaciones de áloe.
En efecto se decía que el jugo de esta planta volvía a los guerreros invulnerables.
Para muchos orientales el aceite de áloe tiene la reputación de procurar sabiduría e inmortalidad. Los fenicios hacían secar la pulpa extraída de sus hojas en odres de piel de cabra y la exportaban por todo el área de influencia greco-romana. Fue a lo largo de las guerras púnicas que los romanos descubrieron, sorprendidos, las virtudes del áloe. Sus prisioneros cartaginenses lo consumían en gran cantidad para curar sus heridas.
En el siglo primero de nuestra era, Celsius, uno de los precursores de la medicina, alabó también los méritos del áloe. En lo que se refiere a Dioscorides, médico griego que sirvió durante mucho tiempo en los ejércitos romanos, describía con entusiasmo en su De materia medica las propiedades del áloe.
Destacaba entre otras la virtud de hacer coagular la sangre de las heridas, de cicatrizar las desolladuras y las llagas abiertas, de curar los forúnculos, las hemorroides. Pretendía también que la pulpa fresca del áloe frenaba la caída del cabello y detenía las oftalmias. Plinio el Viejo (23-79 d. J.C.) describe en su “Historia Natural” la original manera de curar la disentería inyectando áloe con una pera para lavativas.
Oriente y África
Los beduínos de la península arábiga y los guerreros tuaregs del Sahara conocen las virtudes del áloe, que llaman “Lirio del Desierto”, desde la más remota antigüedad. Para proteger sus moradas, los habitantes de Mesopotamia adornaban sus puertas con hojas de áloe. En caso de epidemia o de escasez, los parsis
y los escitas tenían la costumbre de alimentarse con pulpa de áloe. Como acabamos de ver, la isla de Socotra, en el océano Índico, fue reconocida por sus plantaciones de áloe medicinal desde el siglo V a. J.C. Sus habitantes exportaban los extractos de esta planta (musabbar) hasta China (alo-hei), pasando por la India, Malasia y el Tibet.
La iniciación a las virtudes medicinales y a los poderes del cáñamo y del áloe formaba parte de la enseñanza de la secta ismaelita, de la cual uno de los primeros y más ilustres representantes fue el médico y filósofo Avicena, en el que se inspiró Hassan ibn al-Sabbah, el famoso “Viejo de la Montaña”, jefe de la cofradía de los Asesinos. Esta doctrina incluía el aprendizaje progresivo de los arcanos de los “siete sebayah” o “conocimiento del camino recto”, por medio de la cual los ismaelitas otorgaban poderes mágicos a sus adeptos.
El áloe, que figura junto al cáñamo entre las plantas cultivadasalrededor de la fortaleza de Alamut (norte de Persia), era considerado por los ismaelitas como vulnerario*, antídoto y elixir* de larga vida al mismo tiempo. Se dice que uno de los secretos de la longevidad de los Templarios residía en el famoso elixir de Jerusalén, elaborado con hachís, pulpa de áloe y vino de palma. Ocho siglos más tarde, Dominique Larrey, cirujano jefe de los ejércitos de Napoleón, iniciado por un marabuto al que veía curar milagrosamente las heridas más terribles infligidas a sus mamelucos, aprendió a curar a los veteranos de la “Grande Armée” gracias a la pulpa de las hojas de áloe abiertas a sablazos. De ahí la expresión militar francesa: “sabrer l'aloès”(4) (Archives du Val-de-Grâce). La medicina basada en la Ayurveda (5) de la India siempre
tuvo en mucha estima al áloe, en tanto que parte integrante de la farmacopea hindú. Al ser considerado como planta sagrada, participaba en los rituales de sacrificios, y algunas de sus especies eran rigurosamente protegidas. Actualmente aún se ponen encima de las hogueras funerarias hojas de áloe, símbolo de renacimiento y de eternidad.
Edad Media y Renacimiento
En la célebre obra de medicina de la escuela de Salerno,Constantino el Africano y sus discípulos reconocen un puesto de honor a las virtudes terapéuticas del áloe. Robert Dehin, en su libro Docteur Aloès (ver bibliografía), refiere estos famosos versos dedicados a la planta fetiche : Fue durante las Cruzadas cuando los guerreros cristianos de Occidente descubrieron las virtudes del áloe, que sus adversarios musulmanes consideraban como el remedio por excelencia. A lo largo de sus conquistas, los árabes aclimataron el áloe en Andalucía. Gracias a la pulpa del áloe los marinos españoles de la Santa María, diezmados por la enfermedad y la malnutrición, fueron salvados parcialmente, y aquello incitó a Cristóbal Colón a llamarlo el “doctor en maceta”. A partir de entonces los españoles transportaron siempre áloe a bordo de sus navíos. Paracelso, el gran médico del Renacimiento, descubrió los méritos del áloe en Salerno, luego en España y en Portugal. En una carta dirigida a Amberg, habla en palabras veladas del “misterioso y secreto aloe cuyo jugo de oro cura las quemaduras y los envenenamientos de la sangre”. Pero fueron en especial los padres jesuitas portugueses y españoles quienes, siguiendo los pasos de los primeros exploradores, cultivaron el áloe en todas las colonias de América, de Africa y de Extremo Oriente, planta de la cual conocían las propiedades curativas. Los Indios convertidos lo llamaban “el árbol de Jesús”.
Indios de América
El áloe era junto al agave (6) una de las 16 plantas sagradas de los amerindios. A menudo confundidas, aunque no pertenezcan a la misma familia botánica, sus hojas cocidas bajo las cenizas eran comidas, la pulpa fresca frenaba las hemorragias y cicatrizaba las heridas; fermentado, su gel amargo tenía la fama de “calmar” el vientre, limpiar los riñones y la vejiga, disolver los cálculos, quitar la tos, mejorar la expectoración y provocar la menstruación. En la América precolombina, las jóvenes mayas se untaban la cara con jugo de áloe para atraer a los chicos como lo hacía en otros tiempos Cleopatra. Antes de salir a cazar o a la guerra, los guerreros se frotaban el cuerpo con su pulpa. Para los Mazahuas el áloe era la planta mágica por excelencia. Alejaba de toda enfermedad a todo aquel que lo comía, le daba la fuerza
“haciéndole venir el dios en él”, concedía la lucidez al loco, al borracho y a todo aquel que no gozaba de buena salud mental. Una curiosa tradición maya afirmaba que si el “pulque” (vino del agave) vuelve loco, el vino del áloe cura la locura. Los Jíbaros lo habían apodado el médico del cielo ya que creían que la planta sagrada les volvía invulnerables. El tictil o curandero era para los Nahuas el hombre un poco brujo que conocía las plantas poderosas y las plantas que curan. Curaba las heridas, las picaduras de insecto y las mordeduras de serpiente al untar las heridas con la “sangre” del áloe. Los Indios se quitaban la migraña aplicándolo con cataplasmas alrededor de la cabeza. Pero, como acabamos de ver, fueron los jesuitas quienes relanzaron verdaderamente el áloe en las colonias de América. Conocían las virtudes medicinales de esta planta que se cultivaba cuidadosamente en los monasterios de Andalucía.
Extremo Oriente
En Japón el áloe es una planta reina. Decenas de especies son cultivadas para usos múltiples. Se bebe, se come, se consume y cura bajo todas sus formas. En otras épocas, antes del combate, los samurais se untaban el cuerpo con pulpa de áloe para expulsar a los demonios y volverse inmortales. Actualmente, la pulpa del aloe saponaria sirve para hacer jabones y productos cosméticos, el aloe ferox, el aloe thraskii, el aloe marlothii entran en la composición de numerosas preparaciones farmacéuticas y cosméticas.
Los chinos, que no son menos amantes del áloe que sus primos japoneses, lo utilizan bajo todas sus formas. Desde hace siglos el áloe es considerado como un medicamento específico contra las quemaduras y enfermedades de la piel. La farmacopea china de Li Shih-Shen (1518-1593) cita el áloe entre las plantas con mayores virtudes terapéuticas y lo llama : “remedio de armonía”.Las espinas del aloe ferox servían de agujas de acupuntura para los famosos “médicos descalzos”, terapeutas itinerantes.
Notemos que la medicina china tradicional, muy escrupulosa en sus indicaciones farmacológicas y sus formulaciones, prescribía reglas muy estrictas para la administración de los medicamentos. Las fases lunares, la altura del sol, el momento del día formaban parte de las recetas, conceptos hoy día recuperados por algunos adeptos de las medicinas alternativas.La medicina china moderna utiliza la pulpa del aloe sinensis en el tratamiento de la arteriosclerosis.
Investigación Americana Fueron Smith y Stenhouse quienes identificaron por primera vez, en 1851, el principio activo de la planta que llamaron aloína*(7). En 1912, H.W.Johnstone, un plantador de Kentucky, observó sorprendido las virtudes curativas del áloe cuando unos obreros de su plantación, que estaban gravemente quemados, se curaron rápidamente después de que unas matronas untaran sus heridas con pulpa de áloe.
Decidió cultivar áloe y comercializarlo como ungüento*. En los años 30, Creston Collins y su hijo redescubrieron científicamente las virtudes del aloe vera y demostraron su eficacia en la cura de numerosas afecciones. Destacaron especialmente, en un célebre informe, la capacidad del aloe vera (barbadensis) en paliar los nefastos efectos de las radiaciones derivadas de la radioterapia.Decenas de investigadores se lanzaron entonces al estudio científico de la composición química de la planta. Entre ellos, Chopia y Gosh identificaron en 1938 sus principales elementos activos: la aloína, la emodina, el ácido quisofánico, la goma de resina y hullas de aceite* volátil y no volátil.
En 1942, Rodney M. Stockton, ingeniero químico, se hallaba de vacaciones en Florida cuando sufrió una grave quemadura por el sol. Sus amigos untaron su piel quemada con la pulpa gelatinosa extraída de una hoja fresca de áloe, y tuvo la sorpresa de ver como su dolor se calmaba al instante. Confuso por la rapidez de su curación, Stockton decidió estudiar el fenómeno más detenidamente. En 1947 se instaló en Florida e hizo numerosos experimentos para comprobar si el “milagro” se repetía. Así fue. Entonces trabajó en la estabilización del gel de la planta y puso a punto un ungüento hecho a base de áloe, eficaz contra las quemaduras, y que un programa de televisión muy popular hizo famoso en los Estados Unidos.
Al final de los años 50, Bill C. Coats, un farmacéutico tejano que dedicó gran parte de su vida al estudio de esta planta, consiguió estabilizar la pulpa fresca del aloe vera gracias a un proceso totalmente natural. Su secreto, patentado, reside en la incubación durante tres días de la pulpa, a una temperatura variable, y en la adición de vitamina C, vitamina E y sorbitol, anti-oxidantes eficaces. Este gran descubrimiento permitió comercializar el aloe vera, que está conquistando el mundo en beneficio de todos. Bill Coats publicó varias obras en las que explica sus investigaciones detalladamente.
Nuevos descubrimientos
Alo largo de los diez últimos años, las investigaciones sobre las propiedades del aloe vera han avanzado mucho. En 1984 Ivan E. Danhof, antiguo profesor de fisiología en la 23 Aloe vera la planta que cura universidad de Tejas y jefe del Laboratorio de Investigaciones del Norte-Tejas, dirigió unos estudios que demostraron que la
aplicación de gel de áloe en la piel cansada aceleraba de 6 a 8 veces la producción de fibroblastos* humanos, respecto al ritmo de reproducción celular normal. Los fibroblastos, que son responsables de la fabricación del colágeno*, principal sostén proteínico de la piel, son unas células cuya actividad
condiciona el envejecimiento de la dermis y la aparición de arrugas. Según Danhof, los polisacáridos de la pulpa de áloe serían los que facilitan la reorganización de las células de la delgada barrera protectora que ofrece la capa córnea de la epidermis. El Dr. Danhof ha demostrado las fantásticas virtudes de rehidratación del áloe, cuyo gel (constituido por un 95% de agua) penetra en el interior de la piel 3 o 4 veces más deprisa que el agua.
Al médico japonés Fujita le debemos el haber descubierto que la bradikinasa es el enzima* responsable de las
sorprendentes propiedades anti-dolor, al mismo tiempo calmantes y cicatrizantes del aloe vera, y no solamente el ácido
salicílico, como se creía hasta ahora.
En 1985 el Dr. Bill Mc Analley aislaba un polisacárido extraído del aloe vera (barbadensis) al que llamaba carrisyn (8), mientras que unos investigadores canadienses descubrían, también ellos, una molécula activa que poseía notables propiedades antivirales: el acemannan (8). Ensayos clínicos realizados sobre enfermos de sida mostraron que el carrisyn reforzaba el sistema inmunitario de los enfermos de sida y frenaba de forma duradera la progresión del virus H.I.V. Este descubrimiento ha sido corroborado por los estudios de otros investigadores, en particular por el Dr. Reg Mc Daniel, (8) Parece ser que el Carrisyn es el nombre comercial del acemannan,
registrado por los Laboratorios Carrington. Pero no hemos podido obtener la confirmación de ello antes de la presente edición.
quien recalcaba que, al contrario de otros tratamientos, el que estaba hecho a base de carrisyn no producía ningún efecto
secundario negativo. La noticia causó sensación. El Dr. Reg Mc Daniel afirma : “Parece que el carrisyn neutralice el virus del sida transformando su envoltura
proteínica, impidiéndole así que se dirija a las células T4”.(Informe preliminar publicado en 1987 en la revista Clinical Research ).Los laboratorios Carrington han obtenido la autorización de la FDA (Food & Drogs administration) para experimentar el carrisyn en el ser humano, experimentos que parecen ser
alentadores según las últimas noticias.
De manera paralela a estas investigaciones americanas, los sabios rusos de la difunta URSS no se quedaron atrás. El profesor Brekhman ya citado, el oftalmólogo Vladimir Filatov y el neurólogo Serge Pavlenko, por citar tan sólo los más conocidos, estudiaron los sorprendentes efectos del áloe
medicinal. Wolfgang Wirth, en su obra Curar con áloe nos explica esta epopeya que resumimos a continuación.
Textos Extraidos de las siguientes obras consultadas :
Dr. Emil-August Benz : Aloe vera Wunderpflanze, Sommerverlag,
Leipzig.
F. Bloomfield : Miracle plant Aloe vera, Century Publishing, 1985.
Père Vittorio Bosello : Le miracle du Miel et de l'aloès, in : Terre
Sainte, Couvent St Sauveur, BP. 186 Jérusalem (mai-juin 1994).
Max Brand : Aloe vera : Die Pflanze der Könige, Berlin, 1937.
Bill C.Coats & Spanky Stephens : Healing Winners, Edit. Robert
Ahola, 1982.
Bill C.Coats : The Silent Healer A modern study of aloe vera (1979).
Bill C.Coats & Richard E. Holland : Creatures in our care. The
Vetenary uses of aloe vera (1985).
Robert Dehin : Docteur Aloès-Aloe vera plante médicinale, Editions
Quebecor Outremont (Québec). Edición francesa : Laboratoire
Marcel Violet-París 1992.
Enrique Muñoz y Sánchez : Aloe vera americana, Soledad Mexico.
Robert James : Aloe vera : nature´s miracle plant, Alive Pub. Los
Angeles.
Mitsuko Kabuchi : Aloe vera healing wonder or phantasy ?
Caledonian Press 1986.
Dr. Krumm-Heller : Magie der Duftstoff, Verlag Richard
Schikowski, Berlin.
Vladimir Ladorenko : Aloe vera and Ayurveda, the science of self
healing, Old India Press, Bombay.
Lagriffe : Vieux remèdes du temps, Editions Maloine, Paris 1970.
Morissette : L´aloe vera : Thérapeutique naturelle aux effets
universels in Médecines Nouvelles, 1989.
Dr. Mutschnick & Dr. Solovieva : Gewebetherapie nach der
Methode Filatov, Odessa.
Alexander Popowki : Auf der Grenze zwischen Leben und Tod,
Kultur and Fortschritt Verlag, Berlin 1951.
Max B. Skousen : Manual del Savila “Aloe vera”, Universal
Concepts, Huntington Beach, California USA 1980.
Tsunguru Suzuki : Aloe vera, Isuki, Osaka 1987.
A.D. Turowa & E.N. Saposchnikowa : Heilpflanzen der UDSSR
Ediciones Médicas, Moscú 1983.
Wolfgang Wirth : Guérir par l´aloès, Edición Wilhelm Ennsthaler,
Steyr 1987 (Edición francesa Diffusion Soleils).
Werner Zimmermann : Wunderpflanzen und Gesundheit, Limmat
Verlag, Zürich 1936.
Para que una planta posea las cualidades curativas óptimas deberá haber alcanzado su madurez, esto es, tener al menos 5 años. A la hora de utilizarla corte siempre una de las hojas inferiores, pues son las más gruesas, las más maduras y las de mayor efecto terapéutico. Arránquela desprendiéndola del tronco. Con un cuchillo, corte los tres o cuatro centímetros inferiores de la hoja (toda la parte blanquecina un poco más), desechándolos. Seguidamente -sobre todo si va a ser utilizada internamente- manténgala, durante unos minutos en posición vertical o ligeramente inclinada a fin de que la savia amarilla se vaya drenando. Aunque la savia es muy rica en substancias curativas, en ella está también contenida la aloína, cuyo sabor amargo y sus efectos purgantes hacen que su uso para usos internos sea desaconsejable. También puede tener efectos ligeramente irritantes sobre la piel o sobre las mucosas cuando se la utiliza externamente.